«El Enviado» a los confines del mundo

En la columna central del pórtico –el parteluz que divide la puerta central en dos– nos encontramos con la espléndida figura sedente y serena del Apóstol Santiago, como patrono de la basílica catedral compostelana, en actitud de espera y de acogida de los peregrinos. Coronado con una aureola de bronce con incrustaciones de vidrio, sostiene en su mano derecha un pergamino con la inscripción “el Señor me envió. Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20, 21), y lo envió a anunciar el Evangelio en los confines del mundo conocido. Santiago el hijo del Zebedeo es un enviado, que es lo que quiere decir la palabra griega apostoloi, un ministro de la nueva alianza (2 Cor 3, 6). En su mano izquierda sostiene un cayado terminado en forma de letra hebrea Tau, símbolo de la cruz de Cristo, que anticipa el triunfo del nuevo Adán sobre el pecado, al que hacen alusión las tentaciones representadas en el capitel que enmarca su cabeza, y la muerte, como lo atestigua la imagen de Jesucristo resucitado del tímpano central, rodeada de los cuatro evangelistas, entre los que se encuentra Juan, el hermano de Santiago quien, con la Virgen María, se encontraba al pie de la cruz cuando murió Jesús.

El próximo día 25 de este mes de julio celebramos la festividad de Santiago Apóstol, el patrón de España y de Galicia, es decir, el protector, el defensor, pero también el modelo a seguir. A este respecto son muy elocuentes las lecturas que la Iglesia nos propone para esta solemnidad: Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago (Hch 4,33; 5, 12, 27-33; 12), murió mártir por ser fiel al envío; por sentirse libre; por confiar y saberse abandonar en las manos de Dios; por seguir el camino marcado por Jesús; por vivir su fe con coherencia y autenticidad; por ser testigo del Evangelio con su vida.

Creí, por eso hablé (2 Co, 4, 7-15). Creer bien y enmudecer no es posible como nos dice San Pedro Poveda, invitándonos a ser testigos valientes, a comprometernos dejándonos guiar por Él, para ayudar a otros a encontrarse con Dios amándolos con actitud de servicio y entrega: Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 20-28).

Benedicto XVI nos recuerda que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana.  Por ello, siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.

Francisco R. Durán Villa

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