María: atajo obligatorio del Camino

Estamos en el mes de mayo, consagrado por la piedad de los fieles a María Santísima. Aunque la tradición de la devoción de treinta días a María, Tricesimum, se remonta al siglo XII, no será hasta el siglo XVII cuando se generalice la costumbre de honrar a la Reina del Cielo durante todo el mes.

Como peregrinos de la Pascua –en el tiempo del aleluya– hacia Pentecostés, un tiempo en el que María tendrá una nueva experiencia del poder creador del Espíritu Santo con vistas a la fecundidad de su maternidad divina (Juan Pablo II, 1987), nos vamos a encontrar con la Madre de Jesús en el parteluz del Pórtico de la Gloria, en el que aparece una representación del Árbol de Jesé, que nos explica plásticamente la Genealogía de Cristo, de acuerdo con el comienzo del Evangelio de San Mateo (Mt 1, 1-17) y con una metáfora vegetal que proviene de una profecía de Isaías (Is 11, 1).

De la rama que sale del anciano Jesé en la base se disponen entrelazados verticalmente los reyes David, tocando el arpa, Salomón, con la pierna cruzada en actitud de discernimiento para administrar justicia, y rematando el fuste del parteluz se encuentra la Virgen María.

Como se puede observar en la imagen, la Reina del Cielo no aparece representada como la Theotokos, la madre de Dios. El modelo iconográfico utilizado en esta ocasión nos pone en relación con la Anunciación, al recoger su manto sobre el vientre con la mano izquierda, mientras que la derecha la lleva hacia el pecho con la palma abierta hacia el espectador, en señal de sorpresa ante el anuncio divino: vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc 1, 31-32). A su lado aparecen dos figuras femeninas interpretadas por algunos historiadores como las sibilas, en alusión a sus profecías mesiánicas, y para otros, en consonancia con los apócrifos, serían las parteras, avales de la virginidad de María.

La Virgen colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su fiat ocupando el lugar de toda la naturaleza humana. «Por su obediencia, se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes» (Catecismo nº 511).

Francisco R. Durán Villa

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