«Canción de cuna» de la muerte
Gabriel Fauré – Requiem op. 48 (1893). Dirigida por el maestro Philippe Herreweghe, Orchestre Des Champs Elyséesy, La Chapelle Royale.
Iniciamos el Camino de Santiago desde Francia, donde el compositor Gabriel Fauré escribió su Requiem op. 48. Considerada una «misa de difuntos», Fauré concibe la muerte como liberación del espíritu y por ello elimina el miedo al tránsito y lo transforma en un momento donde la persona fallecida alcanza un estatus superior lleno de paz y felicidad.
Se divide en los siguientes movimientos: I. Introit et Kyrie; II. Offertoire; III. Sanctus; IV. Pie Jesu; V. Agnus Dei et Lux Aeterna; VI. Libera Me; VII. In Paradisum.
Comenzó a componerlo tras la muerte de su padre (1886). Al escucharlo traslada al oyente a un estado de relajación absoluta pudiendo elegir concentrarse en la letra o bien en esa áurea propia de tranquilidad para elevar el espíritu gracias a la Música. Los momentos más sobrecogedores, para mí, son la petición de eterno descanso, la llamada de Dios y la llegada al Paraíso. Os animo a que disfrutéis de ésta joya musical.
Carlos J. Fernández Cobo
Yo doy mi vida …
Flecha amarilla: Sor Clara Bosatta
Los Peregrinos: Monte do Gozo
Autor: José María Acuña López (Pontevedra 1903 – Vigo 1991); año: antes de 1991 (llevadas a su localización actual, el Monte do Gozo, en el año 1993); material: bronce.
Has llegado al Monte do Gozo, el primer lugar desde el que se pueden apreciar las torres de la Catedral compostelana. A tus espaldas cargas la mochila, el cansancio, la meteorología, los kilómetros caminados. Desde el punto exacto en el que se encuentran estos dos peregrinos de bronce puedes observar la ciudad de Santiago.
Santiago peregrino: La meta del Amor
La figura del Apóstol peregrino nos sale al encuentro para que, a través de su itinerario, podamos acercarnos más a Jesús. Santiago abandonó otros caminos para dejarse guiar por el que es “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6).
Santiago junto con su hermano Juan, los Zebedeos, son personas de carne y hueso. Con una madre de carne y hueso, muy propia: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mt 20,21). O sea, en los mejores puestos. ¡Menuda aspiración que tenía la buena señora!