San Fermín: el arte de ser misionero

San Fermín es muy querido. En Pamplona descubrimos la Capilla de San Fermín, en la Parroquia de San Lorenzo, que presenta una planta característica del barroco: una cruz griega inscrita en un cuadrado, en su caso prolongada por un tramo de comunicación, que enlaza con el templo parroquial. La planta cruciforme se aprecia claramente al exterior. Rodea al edificio un cuerpo cuadrangular, que deja visibles dos de sus lados, puesto que los otros dos están ocupados de una parte por el templo de San Lorenzo, y caserío de la otra. Esta doble ala, con pretensiones de palacio, consta de dos pisos, el inferior de piedra con grandes arcadas, y el superior, de ladrillo y con vanos rectos, unas y otros enrejados. El testero -al igual que su paño contiguo- presenta un óculo entre las armas heráldicas de Pamplona. Los muros de ladrillo se rematan en frontones triangulares. Por encima se alza el tambor octogonal y la linterna, ésta última reedificada entre 1823 y 1824.

Si al pasar por Pamplona os da tiempo, no dudéis en hacer una paradita y rezar a san Fermín.

¿Quién fue realmente Fermín? Fue un cristiano, que ejerció como obispo de Pamplona y de Amiens. En Amiens fue martirizado en tiempos de los romanos, ya que fue un misionero incansable por Francia. En ambas ciudades se le sigue recordando con mucho cariño.

Ser misionero es anunciar el Evangelio, anunciar que el Señor nos quiere y nos ama. Eso hicieron tanto san Fermín, como el navarro más universal, san Francisco Javier. San Fermín terminó por dar la vida por Cristo en el martirio y san Francisco Javier la entregó por agotamiento, ya que fue tenaz en su tarea misionera.

Seamos misioneros del amor de Dios, como san Fermín.

Fernando Cordero Morales ss.cc

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